En víspera de una nueva conferencia de las partes de la Convención del Clima, la número 28 a celebrarse en Emiratos Árabes, llama la atención la relativa poca atención mundial que suscita. Más aún, si se considera que este será el año más cálido desde que se cuenta con registros meteorológicos instrumentales realizados sistemáticamente sobre todo el mundo. Año en el que además hubo numerosas olas de calor en todo el planeta con decenas de miles de víctimas fatales, de las que pocos países estuvieron exentos.
Puede ser que esta nueva edición de la COP esté opacada en los medios de comunicación por las guerras entre Israel y Hamas o entre Rusia y Ucrania, amén de otras tensiones regionales con implicancias globales en el estrecho de Taiwán, Medio Oriente y África Occidental. Pero lo más probable es que se deba al desencanto y el escepticismo que dejó la COP 27 el año pasado.
Sin embargo y a pesar de la falta de avances concretos, en la COP 27 por primera vez la Convención del Clima se hizo eco, aunque con cierto lenguaje ambiguo, de las demandas de resarcimiento de los países más pobres por los daños y los costos de la necesaria adaptación que impone el Cambio Climático que ellos no causaron.
Pero nada de esto último se tradujo en medidas concretas y en la COP27 solo se acordó una difusa agenda de negociaciones futuras. Igualmente, los compromisos asumidos por algunas potencias líderes fueron en el mejor de los casos apenas simbólicos. Por ejemplo, Alemania asignó un fondo a tal efecto de apenas el 1% de lo que incremento su presupuesto militar. Peor fue la respuesta de Estados Unidos; el negociador de Cambio Climático, John Kerry, hablando en el Congreso americano dijo que de ningún modo EE.UU pagará indemnizaciones por los daños causados por el Cambio Climático.
Después de un año en que se evidenciaron como nunca antes los efectos del Cambio Climático hay ya poco margen para las respuestas elusivas y los gobiernos de los principales países se ven enfrentados a fuertes presiones. No obstante, poco nuevo se verá en esta edición de la Conferencia de las Partes; solo una renovada exigencia de los países más pobres en demanda de ayuda financiera para sobrellevar el Cambio Climático. China ya adelantó la necesidad de adoptar políticas prudentes y realistas que no perjudiquen el suministro de energía para el desarrollo, lo que en buen romance significa que no se debe esperar que profundice su plan de alcanzar el máximo de sus emisiones recién en 2030. En un contexto de creciente competencia y desconfianza tampoco hay señales muy distintas por parte de Europa y EE.UU. El Reino Unido, tradicional impulsor del cuidado del clima, se encamina a incumplir sus netas de emisiones, al hacer más laxas las restricciones ambientalistas.
¿Qué está pasando para que la enorme conciencia pública mundial no se concrete en las necesarias medidas restrictivas de las emisiones de GEI? La causa objetiva más problemática para reducir y finalmente eliminar emisiones de gases de efecto invernadero es que ahora las mayores emisiones de CO2 no son las de los países ricos, sino las de los emergentes y pobres, figura 1, y peor aún, son las que están creciendo. En cambio, las de los países de altos ingresos no solo no están aumentando, sino que incluso tuvieron una leve declinación desde alrededor del año 2005. Las emisiones de los países en desarrollo fueron inicialmente menores que las de los de ingresos altos, pero desde 1980 las igualaron y desde 2003 se aceleraron notablemente. Hoy suman el 65% del total y solo el 35% restante corresponde a los países ricos. Las emisiones de los países en desarrollo no solo ya son dos tercios del total, sino que explican todo el aumento sostenido de las emisiones globales en lo que va de este siglo.
Este cambio se debió en parte al mayor crecimiento de las economías en desarrollo, pero sobre todo a que mientras los países con altos ingresos crecen sin necesidad de más energía, los de ingreso medio y bajo necesitan para ello de más energía y por consiguiente de más emisiones de CO2. Esta diferencia se debe a que cuando se alcanza un alto grado de desarrollo, el crecimiento se produce mayormente en los servicios que en general son poco demandantes de energía.
De esta forma, las emisiones provenientes de los países en desarrollo son la mayor causa que dificulta la reducción global de las emisiones a niveles compatibles con un cambio climático moderado y no demasiado peligroso. Los países en desarrollo necesitan crecer para corregir sus generalizadas situaciones de pobreza y eso va a requerir de más energía y por consiguiente, al menos por ahora, de más emisiones de CO2. A pesar de los reclamos y expectativas sobre una transformación energética, ésta llevará tiempo, y mientras tanto no se puede escapar de la desagradable opción entre una sociedad global con menos pobres y un clima sin cambios riesgosos.
Figura 1: Emisiones agregadas de CO2 de los dos grupos de países en Giga toneladas por año. Clasificación de países según Banco Mundial, con ingresos altos (azul) y con ingresos medios o bajos (rojo). Elaboración propia en base a datos del World Bank Open Data (https://data.worldbank.org/). De Cautivos a Señores del Clama; https://amzn.to/3TAJZjK
Así pues, no será posible que los países en desarrollo sacrifiquen su crecimiento en aras del bienestar climático global. No se trata simplemente de egoísmo, sino de una actitud que se ampara en una demanda de equidad, difícil de ignorar. Los países de altos ingresos, aunque solo emiten el 35 % del CO2, tienen apenas el 20 % de la población mundial, por lo que sus emisiones per cápita son algo más del doble que las del conjunto de los países de ingreso medio y bajo. Si se parte del supuesto, hoy al menos teóricamente aceptado, de la igualdad de todos los seres humanos, cada uno de ellos debería tener el mismo derecho a contaminar el planeta, lo que hoy está muy lejos de ser así. Digamos también que esta inequidad se repite en los mismos términos al interior de las naciones, ricas, emergentes o pobres.
El reconocimiento de esta situación de inequidad ha estado subyacente en las negociaciones internacionales desde que fue consagrado el principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas en la Convención del Clima establecida en 1992. Según este principio, las mayores responsabilidades deben recaer en los países más ricos. Eso fue incorporado en los instrumentos de políticas de mitigación acordados, es decir en el Protocolo de Kioto primero y ahora en el Acuerdo de Paris. En el contexto de este último, las reducciones voluntarias, prometidas para el 2030 por la mayoría de los países en desarrollo no implican reducciones de emisiones sino apenas hipotéticas menores tendencias de aumento. Es decir, que en general, sus emisiones seguirán creciendo.
Esta cruda realidad solo podría revertirse mediante una masiva transferencia de recursos orientada a reducir las emisiones de los países en desarrollo. En una columna anterior hemos mostrado la imposibilidad de que ello ocurra por la magnitud de los recursos necesarios. Ello no implica que no se vayan a ensayar alternativas que, aunque solo parcialmente, ayuden a demorar los peores escenarios de cambio climático.